jueves, 22 de septiembre de 2011

El DIA- (De Ábrete Sésamo)

Ella, sintió que debía quedarse en la torre. Las setenta mil escaleras, esa noche, se habían vuelto lava... y ella miraba por la única ventana, cómo se moría el sol. Con los ojos rasgados como una guitarra que duele, como un cielo ofendido. Con una Tormenta baja, (de esa que le gustan). Esa noche ella, soñó con estrellas (nada más que estrellas). Y acostumbrada como estaba a escarbar para resguardarse de las pesadillas, se sintió tranquila y desorientada. -“No te preocupes… estás en la torre”. Despertó. La noche por la mitad. El mago a su derecha. Conversaron: Ella de sus cuentos, él de los de ella… (En la media vuelta, que tardó en asegurarse de la luna, el mago ya no estaba...). Esa noche, ella se había quedado en la torre a repasar su respiración, por si dolía. …Y sí: dolía. Se había quedado por si la magia era una munición de fantasía y por si acaso ya no era real. Se había quedado también, por si algún hechizo de luna la quería alcanzar... Entonces, desfiló por el corredor con su vestidito naranja, bailando... miró la noche y la noche le devolvió la mirada (…dicen que se amaban). Respiró. Y sonrió. (Porque a veces cuando goteaba su corazón a ella le daba por sonreír) En los diez mil países de su reino, nunca había soñado tan sereno como aquella noche en la torre. Sería por el viento que no estaba...? Por el mago? Los cuentos? El hechizo de la luna encantada? O sería porque su alma descansada, ya no podía más que sangrar? Esa noche, ella, se había quedado en la torre. La mañana la encontró bajando una a una las setenta mil escaleras, cantando una canción real de un muñequito doliente. Pisó la arena. Se desnudó despacito, entera, de a poco, para que la conociera quien quisiera… Se fue caminando hacia el sol, (En una mano, llevaba arrastrando su vestidito naranja. En la otra, una valija llena de huellas ajenas. Estaba en silencio, pero no callada… con los ojos de fuego, y el corazón hecho agua…) Dicen que no hay que buscarla: que sola nace, y sola emerge. Y sola huye. Que, frente a frente con sus ojos, se le ve el corazón. Que cuando llora se le escapa el alma y cuando ríe estalla. Que no teme más que al miedo. Dicen, que no puede hablar como quisiera, pero no puede estar callada… Y dicen también, que esa noche en la torre, el desierto le contó mil cuentos mientras ella dormía, para que en la mañana, desnuda, los quisiera contar… (aunque hubiera viento)…

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